Legendarios aguijonazos de Rock´n roll en vena

Scorpions disfrutan y hacen disfrutar de una tórrida noche en la Plaza de España

Dice Shakespeare en El sueño de una noche de verano que “las arañas que tejen no vienen aquí”[1], en referencia a que se deben alejar las preocupaciones de los momentos que sirven de distracción. Pues bien, los Scorpions siguieron la recomendación al pie de la letra durante su recital en Sevilla dentro del Festival Icónica, con una actuación que merece el calificativo de divertida, por encima de cualquier otro adjetivo que se busque. Al fin y al cabo, los escorpiones son depredadores de los arácnidos, de manera que ninguna pariente de Spiderman, y más si era tejedora, encontraría acomodo dentro del concierto. Y eso, por más absurdo que me resulte utilizar como nombre y logo una criatura tan repulsiva, a la que yo sólo le encuentro la gracia como emblema para los nacidos entre finales de octubre y el segundo tercio de noviembre. 

La veterana banda de Hannover saltó al escenario con una larguísima media hora de retraso, que se hizo muy pesada por el calor que hacía a la rivera del Guadalquivir, a pesar de la belleza de la Plaza de España, confirmada como un marco espectacular para disfrutar del rock, como sucedió con Deep Purple el año pasado. Los germanos presentaban su último trabajo, denominado Rock Believer, publicado en 2022, el cual resulta una excusa perfecta para reunirse y dar bolos de aquí para allá, rescatando sus clásicos de toda la vida, salpicados de las nuevas creaciones. De hecho, de este disco tocan cuatro canciones, empezando por Gas In The tank, con el que se abre el telón, Seventh Sun, que es un poco corta rollos por sus cuerdas pesadas que le dan demasiada trascendencia a la festiva puesta en escena del grupo, y la gamberra Peacemaker, mi corte favorito, un cáustico canto pacifista que, con bastante gracia, clama por combatir el fuego con el fuego. Se acompañó de un psicodélico karaoke para facilitar la participación del público en los coros.

Tras el primer aguijonazo, los escorpiones pasaron a dos clásicos ochenteros Make It Real y The Zoo, esta última dedicada a la ciudad de Nueva York, canciones que caldearon el ya de por sí caluroso ambiente. En este momento, el cantante Klaus Meine, con gafas de sol y su clásica boina, se dirigió al público en inglés y chapurreando un poco de castellano. No quiero ser malo con él porque fue muy simpático, animoso y educado a lo largo de la velada, pero a estas alturas me recuerda al mítico golfista Tom Watson, ganador de ocho Majors[2], con la movilidad del Presidente Joe Biden -un saludo a ambos si algún día leen esto-, aunque de voz anda bastante bien, que es lo importante.

Tras este breve receso, la épica de Coast To Coast inundó el montaje sobre la Plaza de España, con unos guitarreos sublimes a cargo de la Flying de punta de flecha del rítmico Rudolf Schenker, que lanzaba molinos a diestro y siniestro, y, sobre todo, de la picuda Explorer del solista Matthias Jabs, quien se mostró pletórico a lo largo de toda su sobresaliente actuación, la mejor de todo el conjunto. Incluso el propio Klaus se incorporó al festival de las seis cuerdas en el último tramo de la canción con un sencillo acompañamiento mientras sus compañeros remataban la faena. Durante esta exhibición se confirmaron las sospechas de que una mano negra, más oscura que la de la Garduña, se encargaba de bajar el tono de las guitarras para que destacara la voz, puesto que en los temas instrumentales aquéllas se escuchaban perfectamente, y no tanto en los vocales. Desde mi punto de vista fue el único lunar del concierto.

Después de los dos cortes del álbum nuevo antes mencionados, llegó otro plato fuerte, como es Bad Boys Running Wild, rockanroleo de vieja escuela que puso boca abajo el recinto sevillano, justo para dar paso a Delicate Dance, una nueva demostración de virtuosismo por parte de Matthias Jabs, quien optó por tocarla bien cargada de distorsión, en vez de con el toque limpio de anteriores épocas. En cualquier caso, sonó excepcional y nos dejó un regusto muy bluesero en los compases finales. Precisamente por este motivo, resulta necesario destacar que todos los interludios instrumentales estuvieron muy bien intercalados en el conjunto de la actuación y servían de hilo conductor a la misma. Además, dejaban algo de descanso al vocalista, para que, a la vuelta, retomara sus labores de frontman, que con tanta dignidad llevó a cabo.

Llegados a este punto se celebró un pequeño homenaje durante el cual el grupo permitió el acceso al escenario a los Stingers, una banda local que les rinde tributo, quienes les entregaron un par de recuerdos de las visitas de los germanos a la capital hispalense, la anterior en el mítico 1992. Sin solución de continuidad, llegó el momento íntimo del concierto cuando interpretaron los temas del álbum Crazy World de manera consecutiva. Send Me An Angel, que rompió corazones, Wind of Change, dedicada a Ucrania, y Tease Me Please Me, que retomó el ritmo anterior al interludio. Este fue el gran momento de Klaus Meine, que se unió en perfecta comunión con el público, que coreaba conmovido o extasiado, según la atmósfera del tema en cuestión. Merece apuntarse que el apego del guitarrista Rudolf Schenker por las Flying llega al punto que dispone también de una acústica, cuando la situación lo requiere, a la que le consigue sacar cristalinos acordes. De este tramo también debe incidirse en que se cambió la estrofa de Wind of Change y no escuchamos el mítico “I follow the Moskva down to Gorky Park” introductorio, sustituido por un canto pacifista. A mí me dejó sensaciones encontradas.

Después de Rock Believer, corte homónimo del disco, que retuvo la buena sintonía entre cantante y fanaticada, el escenario se quedó libre para el bajista Paweł Mąciwoda y el disfrutón batería Mikkey Dee, que realizaron un solo de los instrumentos graves, bajo el título New Vision, si bien el segundo de ellos, quien, por cierto, se parece a Julián Ruiz, de Plásticos y Decibelios -un saludo también para él-, se hizo con el mando y permaneció en solitario bastante más rato. El final de su actuación vino acompañado por la proyección de una gigantesca máquina tragaperras, con la que jugó el batería, hasta que sacó las especiales con los cinco escorpiones, provocando el jolgorio del público.

Blackout y Black City Nights, ésta última con una puesta en escena que simulaba a la ciudad del pecado y una ejecución cum laude, supusieron el falso broche de oro a la actuación de los escorpiones. En efecto, tras el baño de multitudes, la banda salió a por más, con dos bises que resultaron, uno tierno y otro vibrante. Hablamos, por supuesto, de Still Loving You y Rock You Like A Hurricane, respectivamente, que nos dejaron con ganas de más, de mucho más que hora y cuarenta minutos de feria.

De un recital tan completo, con muy buen repertorio, gran técnica y una puesta en escena sensacional, trufada de proyecciones luminosas y festivas en las pantallas, lo mejor con lo que puedo concluir es con las caras de felicidad de los asistentes al final de la velada, que son realmente lo que dicen todo. Scorpions superaron las expectativas de sus ilusionados fieles y también de los ocasionales transeúntes, todos los cuales les rindieron pleitesía como un solo hombre, antes de la inevitable despedida final.


[1] Escena segunda del segundo acto.

[2] The Open Championship 1975, 1977, 1980, 1982 y 1983; Masters Tournament 1977 y 1981; U.S. Open 1982.