Días de música y rosas – Crónica GNRs Sevilla 07-06-2022

Guns N' Roses ganan por goleada en el campo de Heliópolis

«El del gorro es bueno» era un comentario generalizado a la salida de Guns n’ Roses. Y es que ver en directo a Slash elevar la Gibson Les Paul al cielo luciendo su chistera , es ser testigo de una escena icónica del rock, al nivel de Mick Jagger con levita, de David Bowie caracterizado como Ziggy Stardust, de Freddie Mercury con el manto de la reina de Inglaterra, o de Angus Young enfundado como su uniforme colegial. Historia de la música contemporánea, ni más ni menos. Del interior de esa chistera el mago Slash no saca conejos, palomas, ni cartas marcadas, sino notas músicales blueseras que conmueven a los espíritus más sensibles y exaltan a los más aguerridos. Es muy destacable el carisma que derrocha a pesar de su absoluta ausencia de locuacidad, que compensa sobradamente con solos diabólicamente bellos y exigentes.

Fue de esta manera cómo el guitarrista inglés se convirtió en el protagonista principal del concierto más largo del mundo, que tras dos suspensiones y 30 meses después de la venta de entradas, pudo por fin celebrarse en el campo del Betis. El mítico grupo saltó al verde para impartir una clase magistral de rock de toda la vida, bajo el liderazgo de un Axl Rose que se encontraba en su salsa, correteando por el escenario entre las imponentes pantallas, que permitían contemplar la actuación desde el primer al último espectador que abarrotó hasta la bandera el antiguo Lopera Arena -nuevamente rebautizado como Benito Villamarín-, sobre cuya acústica nos quedaron algunas dudas, sobre todo respecto de las voces. Las cuerdas se oían perfectamente y los sonidos bajos también.

Los componentes clásicos del grupo estaban más finos que en anteriores citas después de su vuelta, excepto Duff McKagan, que lleva tiempo hecho un señor y en la última década ha disfrutado de una presencia que mejora a su aspecto a los veinticinco años. El bajista se reivindicó y cogió el timón de las operaciones al interpretar al micro el tema «I wanna be your dog» de los Stooges. Su lucimiento fue más que merecido, puesto que, al fin y al cabo, todos estábamos allí gracias a él, que hizo grandes esfuerzos para superar las desavenencias y querellas entre todos ellos y convertir realidad la vuelta de los Roses, en la mítica gira que llevó el cáustico nombre de «Not in this lifetime» -que se puede traducir libremente como «Hoy no… mañana»-. Otra pequeño cambio respecto de aquella tournée fue que en esta ocasión Axl renunció a interactuar con su ex amigo Slash, decisión muy sensata, puesto que en anteriores actuaciones resultaba un poco incómodo para todo el mundo ver cómo el guitarrista se cruzaba el escenario huyendo de los intentos del cantante por compartir foco con él.

Acompañaban a las tres figuras el contundente guitarra Richard Fortus, escuela Ronnie Wood y Rod Stewart en la estética –aunque en esta ocasión no nos regaló la vista exhibiendo su pezón a la concurrencia-; la corista y teclista Melissa Reese, ataviada como Cosplay de corte oriental, que se encarga de la delicada tarea de llegar a los agudos que quedan fuera del rango actual de Axl; el batería Frank Ferrer, muy sobrio en el manejo de las baquetas; y el también teclista Dizzy Reed, que aportaba los sintetizadores en aquellos temas más sobreproducidos. En la actualidad todos ellos tienen la consideración de miembros del grupo.

Con estos mimbres la banda nos mantuvo de pie en torno a las tres horas dando un repaso a su repertorio clásico y a algunos temas del «Chinese Democracy» que Axl impone porque sí, junto con las versiones de trabajos de otros grupos con el estilo inconfundible de los chicos de Los Ángeles, tales como «Live and let die» y «Knockin ́on Heaven ́s door» que, a estas alturas, ya han hecho suyas. En el caso del tema de Bob Dylan sirve también como canción del público, que participó del show con entusiasmo a merced de los dictados del intérprete. En este aspecto, una sorpresa muy agradable fue la inclusión del «Back in Black» de AC/DC , el cual siempre da gusto escuchar en la voz de un buen cantante. Este tema fue novedoso respecto de la anterior gira, y en su presentación, Rose bromeó haciendo una cuchufleta en referencia a su colaboración con los australianos , hace ya más de un lustro.

Respecto de la parte mollar de la actuación, pues tiraron del repertorio de temas tradicionales muy movidos, como «It’s So Easy», «Mr. Brownstone» y «Welcome to the Jungle» al inicio de la velada, «You Could Be Mine», rondando el ecuador y «Nightrain» y «Paradise City» hacia el final. Concretamente, con esta última fue el glorioso canto de cisne, con el estadio boca abajo, transmutado, en efecto, en un Paraíso Terrenal. Además, el grupo sacó toda su artillería musical en las composiciones más largas y agradecidas para los instrumentalistas, que hicieron un derroche físico y armónico, explayándose a gusto, por ejemplo en «Rocket Queen» y mi favorita «Estranged», con su inicial melodía chillona de casa del Blues que desemboca en una explosión final de himno de estadio.

Con todo, el momento culminante lo formó la combinación entre «Civil War», «Sweet Child o’ Mine» y «November Rain». La primera fue dedicada a Ucrania, y se entrelazó con el «Machine Gun» de Jimi Hendrix’s. La segunda vino precedida del solo de Slash, una exhibición que roza la perversión musical y estalla en el icónico riff del legendario temazo del Apetite. En la tercera de ellas Axl ocupó el centro del escenario al piano, recordándonos que quien tuvo, retuvo. Probablemente el momento más disfrutón de la banda, que pone una pasión que contagian a un público, alcanzando en su conjunto una especie de éxtasis colectivo que se prolonga durante todas las subidas y bajadas que se integran la ejecución de este maravilloso mix.

De la parte final, ya en los bises, destacó la melancólica interpretación de «Patience», que también fue precedida de una hermosa versión del «Blackbird» de los Beatles, a tres guitarras acústicas, por parte de Duff, Slash y Fortus, quienes arrancaron cristalinas notas a sus instrumentos, con un preciosismo muy difícil de alcanzar, y que conlleva cierto riesgo al no contar con la protección de los estruendosos vatios. Aunque no es de mis favoritas, sonó perfecta.

Pues eso fue todo, mucho, muchísimo diría yo. Y como siempre, al final de la actuación se queda el cuerpo raro, con una mezcla entre la satisfacción de haber disfrutado de un espectáculo incomparable, y el regusto amargo que nos deja el pensar en lo que pudo haber sido la carrera de este grupo si no hubieran decidido romper la vajilla de bodas y salir cada uno por su lado, con un listín de agravios equiparable a las antiguas páginas amarillas. En todo caso, honor a quien lo merece y estos Roses son acreedores del mismo. Larga vida a la última gran banda del rock ́n roll!