La voluntad de Matt Bellamy

Los musos le dan un puñetazo musical al sistema en una inolvidable noche de rock

Muse salió a arrasar, continuó arrasando y finalizó arrasando. Ése es el resumen de la contundente actuación que la banda británica ofreció para clausurar el Andalucía Big Festival, un espectáculo rockero, techno y metalero que iluminó la medianoche malagueña durante 100 memorables minutos. Que los chicos de Matt Bellamy nos ofrecen una gama de artículos sobreproducidos, sí, ¿qué pasa?, que diría Loquillo. Los allí congregados saltamos, cantamos, gritamos, pero sobre todo, flipamos ante el poderío de unos musos que se encontraban frescos y disfrutones y que nos hicieron disfrutar de su mejor versión en el último lustro.

El concierto fue una exhibición del eclecticismo por parte de los chicos de Devon, que presentaban su último disco, Will of the People, el cual, junto con sus dos trabajos más recientes, integró la columna vertebral del repertorio. Se ve que el Simulation Theory les gusta mucho más a ellos que a mí (“¿quién será el equivocado, quién?, ¿quién será?”). No obstante, trufaron su actuación con un repaso al resto de su carrera, como no podía ser de otra forma.

En cuanto al nuevo álbum, el referido Will of the People es una obra poderosa, sin lugar a dudas el mejor desde Resistance, de 2010. Mezcla tres elementos claramente diferenciados, uno soviético, de grandilocuente cítrica social, que se refleja en la estética del disco y en la propia puesta en escena -impactante el vídeo introductorio en el que se derriba un busto gigantesco de los tres músicos-, así como en las estridencias musicales, que combinan acertadamente su intención de poner el mundo bocabajo con la triste realidad de que es el mundo el que los (nos) pone boca abajo. Una segunda parte lírica, durante la que Matt recorre los lugares comunes del desamor, y que intuimos tiene carácter autobiográfico del genial compositor y su enrevesada vida personal. Al respecto, se debe aclarar que de estos cortes del disco no tuvimos noticias durante el concierto. Una última parte, sobre la que orbitaba exageradamente el mencionado Simulation Theory, en la que trata de fundir distintos mimbres ochenteros, claramente, Michael Jackson, por supuesto Freddie Mercury, como en casi todos sus discos, y, de una forma más sibilina, el Muro de Pink Floyd.

La colocación de las nuevas canciones a lo largo de la actuación fue francamente buena, puesto que la banda las interpretó en momentos de exaltación del respetable y evitó interpretarlas correlativas. Tal circunstancia debe valorarse de una manera positiva, por cuanto que, al no hacer una bolsa con los temas de estreno, se evita la sensación de que los artistas quieren quitárselas de encima y darle al público lo que han venido a ver, que son los temas de siempre. Un diez a la inteligencia del grupo en este aspecto. Así fue que abrieron con la propia Will of the people, tema rotundo y abrumador, que metió rápidamente a los asistentes en el concierto. Más adelante, durante el segundo bloque de la actuación, se produjo un giro y el grupo se centró en las piezas de estreno, combinadas con esa pieza extraña que es The Gallery, que forma parte del disco de singles Hullabaloo, y con las dos del Simulation Theory. De esta forma aprovecharon Pressure y Won´t Stand Down, un tema que coquetea con el heavy melódico, para tirar abajo el telón, cambiar el escenario e introducir, cuan largo era, a un contestatario gigante embozado, trasunto del mítico Eddie de Iron Maiden, que ya nos enseñaron en la gira anterior, aunque con nuevos aderezos para la ocasión. Durante este tramo sonaron la reivindicativa Compliance y la juguetona You Make Me Feel Like It’s Halloween, las cuales contrastan muy bien, y que permitieron un guiño de la banda a la melodía del Coche Fantástico. Finalmente, el primero de los bises fue la estremecedora Kill or Be Killed, muy influida por Stockholm Syndrome, aunque con tintes políticos, no sentimentales. Quizás la sustituya en los años venideros, puesto que es un clásico instantáneo.

Del resto del repertorio, se debe indicar que este grupo cambia acertadamente el orden de las canciones de una gira a otra y suele incorporar alguna rareza. Pasaron de puntillas por los álbumes clásicos, excepto Black Holes and Revelations, del que tocaron tres de sus temas en el último tercio. Por supuesto que no podían faltar Supermassive Black Hole, Starlight, introducida por los acordes de Survival y un solo de piano de Bellamy, y esa obra de arte que es Knights of Cydonia, con la que cerraron el concierto, ante un público enfervorecido. Tampoco se olvidaron de Hysteria, Time is Running Out y Plug in Baby, la canción que da ganas inmediatas de apuntarse a un curso de aprendizaje de guitarra. Respecto de otras ocasiones, ya no tocan rapsodias instrumentales de diez minutos y obviaron los temas lentos y románticos que tanto explotaban en épocas más juveniles. Se echa de menos a la acróbata aérea de lazo. También se dejaron del popurrí del tour anterior; que un grupo reconozca sus errores y los rectifique se valora positivamente.

Además del embozado de tamaño descomunal, que mencionaba más arriba, de la puesta en escena se pueden destacar algunos aspectos, como, por ejemplo, la aparición de los músicos vestidos de la misma manera que el muñeco. Un atuendo que, por cierto, de encontrarme en la calle, me haría cruzarme de acera, y el cual, afortunadamente, duró sólo el tema inicial. Bellamy hizo uso también de su cazadora del siglo XXII, adornada exageradamente por luces que le hicieron sudar hectolitros, y echó mano también -nunca mejor dicho- de su último gadget, un guante con el que mantiene una relación tan estrecha que incluso le ha dedicado una canción. Se prodigó mucho con la seis cuerdas, algo que es digno de elogio, tras varias giras centrado en la voz, pero apenas si se acercó a los teclados. Chris, por su parte, salió de la tienda de música con los bajos con más y mejores catadióptricos, como es habitual, y también con un modulador de voz con las que replicaba a Matt en varias canciones, en un truculento tono electrónico. Dom estuvo en su línea, exhibiendo potencia de brazos con las baquetas, a pesar de su físico normalito, y derrochando carisma desde el fondo sur. El cuarto miembro, Dan Lancaster, se mantuvo en un discreto segundo plano, a sus cosas, que son, concretamente, sintetizadores, teclados, guitarras y coros.

Como es marca de la casa, la interactuación entre ellos y con el público no fue muy destacable, sólo algunos agradecimientos en inglés y castellano, aunque las transiciones de una canción a otra están muy estudiadas y resultan ejemplares. Sacrifican dirigirse a los asistentes a cambio de virtuosismo instrumental. A mí me vale porque imprime dinamismo a la actuación. En los temas más míticos sí solicitaron palmas y coros, y los obtuvieron, faltaría más. Como decía más arriba se los vio muy a gusto. Matt tenía el gesto relajado y no hubo destrucción de ningún instrumento.

Mención especial merece el sonido, espectacular de principio a fin. Voces, cuerdas, batería, instrumentos electrónicos, todos se escucharon de forma impecable y supuso una auténtica gozada para los presentes. La ecualización resultó sobresaliente.

En cuanto a la organización, colas, colas y más colas para adquirir cualquier producto, ya fuera su destino final el estómago o la bolsa de los regalos. A esto se le debe dar una vuelta más pronto que tarde.
Pero, comoquiera que el espectáculo encima del escenario resultó inmejorable, vale la pena terminar con la frase, que entre fuegos artificiales, serpentinas y llamaradas dignas de Rammstein, coreamos sus incondicionales: “nosotros te queremos, Matthew quédate; nosotros te queremos Matthew quédate…”.